martes, 9 de junio de 2009

Capítulo uno: El espejo

Ahí estaba yo, con 64 años, parada mirándome al espejo, recién salida del baño, casi tiritando de frío y contemplando el inexorable paso del tiempo; sin maquillaje que oculte las arrugas o los desperfectos de la cara que ya son notorios, a pesar de las trece cirugías plásticas. El poco pelo recién teñido por "la Pocha" esa esperpento de estilista, escandalosa y huachafa a la que todavía podía escuchar cantar irritablemente "Reina de Corazones".
Acababa de hacerme la eterna pregunta ¿Y hoy que me pongo? No tengo nada, ya nada me queda. Las uñas sin pintar, todo el pellejo caído y arrugado por el cuerpo a pesar de llevar toda una vida de tortura en el gimnasio y matándome de hambre por las dietas. Odio las dietas, las odio, pero han sido mi compañía desde los 13 años.
Mis piernas, antes torneadas y hermosas, están chuecas y peludas, no quiero ni afeitarme las axilas y los pelitos de la nariz y de la oreja son un asco. Los pies me matan; los talones hinchados no me dejan usar mis hermosos zapatos "Guillinon" que me costaron una fortuna. Quisiera arrancarme estos ojos de párpados hinchados para no ver que ya no puedo ni ocultar esta barba. Toda una vida luchando y nunca he podido ocultar que Yo la Minita, sigo siendo hombre.

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